Hay que viajar a 1962, a un restaurante de Chatham-Kent, en Canadá, llamado ‘Satellite Restaurant’, para dar con el origen de la pizza con piña.
Allí, Soterios Panopoulos, Sam para los amigos, regentaba el local junto a su hermano. De orígenes griegos, este joven emprendedor había llegado a Canadá con su familia en 1954, pero antes de cruzar el Atlántico, los Panopoulos hicieron una para clave en Nápoles, donde conocieron el noble arte de hacer pizzas.
Fue toda una revolución pues, en Canadá, no sabían lo que era la pizza y los pocos que las conocía, tenían que ir a Detroit para comerla. De hecho, la pizza era tomada como algo exótico, una comida étnica alejada de la tradición canadiense. Soterios Panopoulos cambió esa percepción.
No sólo introdujo la pizza en el país, sino que se propuso darle una vuelta a lo que vio en Nápoles. Así, de la monotonía que ofrecían los champiñones, bacon, pepperoni o queso, los ingredientes canónicos de la pizza más clásica, Sam se lanzó a la piscina e introdujo nuevos sabores, aprovechando que, al ser un producto nuevo, no había románticos que rechazaran la innovación. Todo era campo por sembrar y Panopoulos lo aprovechó.
En paralelo, Hawai se había convertido en estado oficial de Estados Unidos en 1952 y lo tiki arrasaba. Diez años más tarde, Sam apostó por aplicar el concepto agridulce a la pizza, combinando la base de tomate y queso con jamón y pizza. El resultado es delicioso y quien diga lo contrario, tiene el gusto atrofiado y criterio cuestionable. El resto es historia.
Y es que, por mucho que algunos píen, en todo pedido masivo de pizzas, siempre cae alguna hawaiana que es la primera que acaba volando.